domingo, 22 de noviembre de 2009

Sin Nombre


Una grieta,
un dolor que se traduce
en lágrimas que reprimo,
el aire denso, húmedo,
histéricamente somatizando,
lo no dicho,
lo censurado,
lo reprimido,
los inmensos deseos de estrangular,
tan sólo si pudiera estrangular
su cuello,
o escupirle a la cara.
Una grieta,
atravesada por una espada
sagaz, invisible,
el dolor en mi pecho,
el sentir pesada mi cabeza,
el gris de mi frente,
los pájaros siguen cantando,
ya ni fuerzas para llorar,
aúllo sobre mi propia tumba
y esos vendedores quieren
ofrecerme un nicho en cómodas cuotas
eso es alevosía,
ya estoy muerta estúpidos vendedores
de miserias.
No huelen acaso lo putrefacto
de mis grandiosas piernas,
de mis delicados pétalos,
de las flores sobre mi cabeza.
Pero hablaba de otra cosa
de las fosas comunes,
de la impersonalidad individualizada,
del egoismo comunitario,
de los uniformes informales,
de las fosas comunitarias,
de nuestras cámaras de gas,
de nuestras vejaciones,
mea culpa,
la cruz occidental,
la cruz que cargo
y quiero largarla al demonio,
arrojarla,
pulverizarla,
quemarla,
que se incendien todos los navíos
que se incendie los papeles
que se incendie la biblia
y el capital.
Pulverizarme ante los ojos espectantes

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